Gracia y Gracias

Mucho se ha discutido en la historia del cristianismo el tema de las buenas obras y su relación con la salvación, qué valor y que lugar tienen éstas en la vida del cristiano, si las buenas obras salvan o no. El tema se plantea a veces en blanco y negro: ‘los católicos creen en la salvación por obras, los protestantes en la salvación por la fe’. Pero, por ser un asunto de la esencia humana, se resiste a tales simplificaciones. Por cierto, aparte de la afiliación eclesiástica, los seres humanos, aunque prediquemos la gracia, tenemos la tendencia a por lo menos tres actitudes: (1) esperar favores de Dios por nuestras buenas obras, (2) molestarnos con Dios cuando no los recibimos y (3) envidiar a los que los reciben ‘por menos méritos’ que nosotros. Así pues, sin negar la importancia de los dogmas, pesa mucho la forma que estos toman en los creyentes que dichos dogmas creen.La Biblia dice en muchos lugares que Dios socorre al huérfano, vela por las necesidades de la viuda, provee para los pobres y cuida al extranjero (p.ej. Salmos 113, 146). Eso, según la Biblia, lo hace Dios. Pero, ¿se ha preguntado usted cómo es que Dios hace eso? Para esto hay respuestas populares y respuestas bíblicas.El público latinoamericano de ascendencia cultural animista escucha algunos predicadores que afirman que detrás de cada desgracia, dificultad y carencia hay alguna fuerza, energía o espíritu maligno que sólo él, cual respetable chamán, brujo o psíquico, es capaz de conjurar con su fe, oraciones y poder, a cambio de alguna suma de dinero ‘para la obra de Dios’, generalmente con el sistema prepago. Esa es la versión ‘espiritual’ de la teoría de la conspiración.[1] Pero ya llevamos demasiados siglos escuchando de la misma fe paranoica con distintos ropajes como para seguirles creyendo. Además, no se puede, como dice la Biblia, eludir las responsabilidades sociales con las oraciones. Hay que ser histórica y teológicamente responsables. Sin descartar los milagros, porque no hay duda que Dios es poderoso y actúa en la historia. Si no fuera así, ¿qué Dios sería?Pero recordemos que no somos Alicia ni vivimos en el País de las Maravillas, como algunos quieren (des)dibujar a los cristianos y al cristianismo. Recordemos también que el relato bíblico (desde Abrahán) abarca por lo menos dos mil años. En esos 20 siglos se dan tres épocas de concentración de milagros: el período del éxodo y entrada a la tierra prometida, el tiempo de los profetas Elías y Eliseo, y la época de Jesús en la tierra. A esto se le añaden naturalmente otros casos particulares. Es decir, durante la mayor parte de los tiempos bíblicos no era como en los días de Moisés y Josué, de Elías y Eliseo o de Jesús y sus discípulos, como se puede constatar en la misma Biblia y luego en la historia del cristianismo. Siendo así las cosas, no se puede predicar, ni creer, ni vivir, ni correr con un evangelio a cien milagros por kilómetro. No se puede pretender que esas tres épocas se junten en el día de hoy, en la vida de cada creyente y en los cuatro puntos cardinales. Vivimos en la tierra, la misma tierra de la Biblia. Reiteramos que nada de esto niega que Dios sea poderoso ni que haga milagros; para nada. Dios es poderoso y hace milagros hasta la fecha. Lo que se cuestiona es la espiritualidad que explota a los incautos y se esconde en la oración para ignorar y evadir los graves problemas sociales de nuestro continente.¿Qué es lo que dice la Biblia, entonces? En esta tierra, que es el mismo mundo de la Biblia, Dios le dijo a su pueblo que las necesidades de los más pobres se atendían de tres formas: por ley, por generosidad y por actos especiales de Dios. Dos nos tocan a nosotros y una a Dios. Por ejemplo, según Levítico 19, todos somos responsables de todos en todos los niveles de la sociedad, desde la familia hasta las multinacionales. Eso es lo que espera Dios.


[1]De esta manera se eliminan de un tajo las responsabilidades individuales y colectivas de los males sociales. En contra de estas ideas, Popper dice: se “debe reconocer que la persistencia de las instituciones y colectividades crea un problema que debe solucionarse mediante un análisis de las acciones sociales individuales y sus consecuencias sociales involuntarias (y a veces no deseadas) y también las esperadas.” Karl Popper, “En busca de una teoría racional de la tradición,” Estudios Públicos 9 (1983). Véase también James G. Frazer, Magia y religión (Buenos Aires: Leviatán, 1993). Para la versión hermenéutica, véase, Umberto Eco, Los límites de la interpretación, trad. Helena Lozano (Barcelona: Editorial Lumen, 1992), 59–62.