Hay una antigua tradición, que voy a repetir como una censura para quienes tienen justicia propia, y como un consuelo para los pecadores. Dean Trench, citando a un moralista persa, cuenta una de sus antiguas fábulas acerca de Jesús. Por supuesto, es únicamente una fábula; pero contiene el propio espíritu de la verdad acerca de la cual he estado predicando. Cuando Cristo, de acuerdo a esta fábula, viajaba a través de cierta región, se quedó en la cueva de un ermitaño. Sucedió que vivía un joven en una ciudad vecina, cuyos vicios eran tan grandes que, de acuerdo a la habladuría común, el diablo mismo no se atrevía a asociarse con él para no volverse peor de lo que era. Este joven, oyendo que el Salvador, que podía perdonar el pecado, se encontraba en la cueva del ermitaño, fue a verlo. Cayendo de rodillas, hizo la confesión de su culpa, y reconoció que era completamente indigno de misericordia, pero suplicó a Cristo, en el amor de Su gracioso corazón, que lo perdonara por el pasado, y lo convirtiera en un hombre nuevo en el futuro. El monje que vivía en la cueva, le dijo al joven: “vete de aquí; tú no eres digno de estar en un lugar tan santo como este”; y, volviéndose al Salvador, le dijo: “Señor, en el otro mundo, asígname un lugar tan lejos de este infeliz como sea posible”. El Salvador respondió: “Tu oración ha sido escuchada; tú eres justo con justicia propia, así que te asigno tu lugar en el infierno; este hombre es penitente, y busca misericordia de mis manos; Yo le asigno su lugar en el cielo. De esta forma, ambos verán cumplido el deseo de su corazón.” He aquí, en esa vieja fábula, la propia esencia de la doctrina de la justificación por fe. Vayan ustedes, los que confían en sus propias buenas obras, y perezcan. Vengan, ustedes, los que confiesan sus actos malos, ódienlos, huyan de ellos, y confíen en Jesús, y serán salvos, mientras que aquellos que andan tratando de establecer su propia justicia, perecerán eternamente. ¡Oh, que mi Señor atraiga a algunos de ustedes a Él en este instante! ¿Qué dices tú? ¿Acudirás a este Hombre, que recibe a los pecadores? Él te pide que vayas a Él; ¿irás? No puedes argumentar que eres demasiado vil, pues Él acepta a los propios desechos de los hombres: él no echará fuera a los desechados por el diablo, si sólo acuden a Él. Por muy desesperanzados que estén de ustedes mismos, no deben decir de Él: “me rechazará”. Confíen en que los recibirá, y confíen en Él ahora. ¡Oh Espíritu del Dios viviente, demuestra la divinidad del Evangelio de Cristo, en esta precisa hora, convirtiendo a los leones en corderos, y a los cuervos en palomas, y que el primero de los pecadores demuestre Tu poder para salvar! Amén.
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