¡Qué crudeza de título! El duelo por la muerte de un padre es de esperarse. Excepto por aquellos padres que después de dar existencia, no hacen más que trastornar sistemáticamente la vida de sus hijos. Por su muerte, no se derrama una gota.
El cristiano debe tener esta actitud. ¡No para con su padre terrenal!, sino para nuestro Padre original. Detrás de los genes de su padre natural corre un ADN más potente del padre de la humanidad: Adán. Su pecado -y nuestro pecado en él- desató el mal congénito más catastrófico del mundo que día a día nos trastorna con un saldo de: culpa infernal, y corrupción inescapable.
El remedio requiere nada menos que una muda de naturaleza. Por esto, la salvación no es una mera pronunciación de perdón e instrucción para obtener un cambio de conducta. Es algo radical que trasciende toda disciplina religiosa. Toma desvincularnos de Adán y vincularnos a un Padre “de mejores genes”, Jesucristo, el segundo Adán. Esto es más que un cambio, es una transformación gestada por el Espíritu Santo.
En la Biblia se habla de un funeral y un nacimiento. La muerte del viejo hombre (Adán en nosotros) y la creación de uno nuevo a semejanza de Cristo. El viejo hombre entonces, no se refiere a nuestra antigua vida, tuvo su historial, pero atañe a la antigua persona potenciada por Adán con corrupción inescapable y culpa imperdonada.
Dos cosas son indispensables a evitar para que esta verdad no se desvirtúe:
El viejo hombre no está moribundo
Corre el malentendido de que el cristiano es un híbrido. En términos mecánicos, que cuando vive para Dios corre con la transmisión nueva, pero que cuando el cambio salta a la transmisión del viejo hombre se desvía al camino del pecado. Y así se alternan la mitad del tiempo en uno y la mitad en el otro.
¡Atención!, el error implica que el viejo hombre sigue vivo, y que su poder iguala al nuevo. De modo que nos caracteriza la impotencia espiritual, vivimos en la camisa de fuerza de nuestra carne con movimiento limitado y escasas victorias.
El error es refutado en Romanos. En el capítulo 6 presenta una auténtica acta de defunción: “sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido (Ro 6.6). El viejo hombre no fue solo aporreado, ¡fue crucificado!. Esto no lo dejó moribundo sino tan muerto como la muerte de Cristo con quien fue juntamente crucificado.
El efecto es letal, el resultado contundente. El vocablo destruído καταργέω, se traduce de diversas formas, la Biblia Textual la traduce “desactivado”. El sentido es que el cuerpo de pecado ha quedado inservible, ha sido inutilizado.
Pero existen aquellos que racionalizan la existencia del antiguo hombre por la descripción de Efesios: “Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente…”
A primera vista parece un mandamiento a armarnos y arremeter en contra del viejo hombre vicioso para descarrilarlo y desalojarlo de nuestra vida. Sin embargo, los imperativos en esta sección no comienzan desde el versículo 25, con “…habladverdad cada uno con su prójimo…” Ef 4.25. La palabra despojaos (del viejo hombre) de acuerdo con teólogos como John Murray son infinitivos de resultado. Es decir, Pablo no está comandando a hacer, sino explicando lo que fue hecho por ellos por Dios. Una buena traducción es: “En cuanto a la pasada manera de vivir, que os has despojado del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente…”. Pablo les recuerdo los fundamentos doctrinales que recibieron -como habían aprendido a Cristo-, y como esto incluía el despojo del viejo hombre.
El viejo hombre, ha muerto, ha sido sepultado y todo fin conlleva un nuevo principio. Somos un nuevo hombre, con una nueva naturaleza alérgica al pecado, que se enferma con la vida antigua y que encuentra su salud en tanto se asemeja más a Cristo.
Lamentablemente existen Cristianos que no avanzan porque todavía se encuentran llorando en la tumba de su viejo hombre. Piensan que la solución es revivirlo de alguna forma.
Pero te preguntarás ¿Cómo es entonces que tenemos tanta guerra con nuestros trasfondo de pecado? Cómo es que aunque soy una nueva creatura, mis luchas son antiguas y aguerridas. En todo momento siento el fantasma del viejo hombre al acecho.
Hay que entender que:
El nuevo hombre es un ser renovado pero no finalizado
Curiosamente el mismo apóstol Pablo que afirma que los que son de Cristo “han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.” Gl 5.24 alerta a los gálatas que “el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y que éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis Gl 5.17. Pedro por su parte ruega a los creyentes a que se “abstengan de los deseos carnales que batallan contra el alma” 1 P 2.11.
La muerte del viejo hombre, no ha erradicado el pecado, pero si nos ha potenciado para subir al ring, luchar contra él, obtener victoria, no absoluta, pero sí real, notoria y muchas veces notable.
Llegará el broche final, cuando seamos glorificados sery podamos reinar como Salomón libre de enemigos, por ahora, somos como David, llamados a ser guerreros de Dios. Nuestro nuevo nacimiento no se dió en un hospital sino en el campo de batalla, crecemos en y para la lucha contra de Satanás, el mundo y la carne. Somos potenciados por el Espíritu podremos pasar muchos pecados a filo de espada.
¿Estás listo para la lucha?