Por alguna extraña razón la mayoría de las personas tendemos a comenzar las cosas con mucho entusiasmo. Nuestra mente y corazón está completamente dedicada al nuevo proyecto, la nueva idea, el nuevo propósito y nos aventamos con toda la energía y la expectativa de alcanzar la meta. Hasta hoy no he conocido a alguien que comience una carrera por voluntad propia que no esté decidido a terminar.
Pero lo cierto es que para muchos de nosotros algo pasa en el camino entre el comienzo y el final que nos decepciona, nos cansa, nos aburre… no sé si sea la monotonía, la costumbre, lo difícil del trayecto, los distractores de nuevos proyectos o nuevas aventuras, lo que nos hace desanimarnos y cambiar el entusiasmo original por apatía, desilusión, cansancio y, en muchos casos, tirar la toalla.
Es por estas fechas que los propósitos de año nuevo se quedan en eso, en simples propósitos. Aquellos que se levantaban temprano a hacer ejercicio poco a poco han dejado de levantarse un día, o dos, o tres… y como ya fracasaron en su monumental primer intento, mejor abandonan por completo la idea. Otros prefirieron seguir el esquema Japonés de pequeños retos, un minuto a la vez… pero de pronto un minuto parece tan insignificante que terminaron sin aplicar ni siquiera el minuto original.
Lo mismo pasa en la vida cristiana. ¿Cuántos de nosotros comenzamos con un entusiasmo increíble, queriendo convertir al mundo entero y compartirles las maravillosas noticias que acabábamos de descubrir, pero ahora nos hemos enfriado y rara vez hablamos de Cristo con los demás? Lo que es peor, ¿cuántos de nosotros comenzamos nuestro caminar queriendo honrar a Dios con todas nuestras acciones, decisiones y palabras, hasta el punto de deshacernos de cosas, hábitos y relaciones que sabíamos ofendían a Dios, pero ahora nos conformamos con vivir una santidad mediocre: “no tan malos como el resto del mundo”?
Jesús explicó algo impresionante: “Muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo. Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones;”
Nos habla de perseverar hasta el fin y nos dice que por causa de la maldad es que muchos nos enfriamos. Lo veo como una nube tóxica que crece y va cubriéndolo todo. ¡Si no nos movemos nos morimos!
Tenemos que movernos y perseverar, ¡tenemos que movernos y llevar el evangelio del reino a todo el mundo! Tenemos que ser de testimonio a todas las naciones y entonces, en la perseverancia, alcanzar la meta que el Señor Jesús ya consiguió para los que le aman.
Dios te bendiga,
Publicado en La Paz de Cristo el 18 de Enero de 2016 por Jorge A. Salazar