Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén. Mateo 28:16-20.
Del conjunto de mandamientos y comisiones impartidas por el Señor a sus discípulos solamente esta comisión ha merecido el título de “La gran comisión” en la referencia de todas las Biblias hispanas sin variante. No sin razón pues ha ocupado un lugar prominente en miles de muros eclesiásticos; ha ocupado un renglón en el presupuesto anual de miles de iglesias; ha sido izada como estandarte de innumerables movilizaciones evangelísticas y motivado las más épicas faenas de hombres y mujeres cuyas historias ilustran los libros de héroes de la fe. Esta comisión, como ninguna otra, ha cautivado en mayor o menor medida la conciencia de la iglesia a través de la historia.
Sorprendentemente, la comisión a la que se le rinde obediencia instintiva, se le rinde igualmente, obediencia selectiva -inefectiva en cierto grado-. Un obediencia que traza notorios contrastes. Ha activado una movilización impresionante de misioneros pero una transformación lenta de sus discípulos; a tenido vasto alcance, pero con poca profundidad; sorprendente crecimiento numérico pero disparejo desarrollo espiritual; ha gestado cuantiosos nuevos nacimientos pero con mínima crianza: muchos discípulos pero pocos maestros dispuestos para su discipulado. Todo resulta en un impacto ubicuo pero de potencia reducida. La gran comisión se ve eclipsada por una gran omisión de instrucciones en esta porción minimizadas cuando no ignoradas.
En las ocasiones que me ha tocado enseñar estos versículos comienzo pidiendo al público que identifique el mandamiento de la gran comisión. La respuesta instintiva es “ir”, “debemos estar dispuestos alcanzar a las naciones”. La respuesta no es completamente desatinada. Históricamente, la gran comisión convive con instrucciones impartidas entre la resurrección y la ascensión intencionadas a potenciar a los discípulos a ser testigos en desplazamiento desde Jerusalén hasta los confines de la tierra. Pero el modus operandi es detallado en esta comisión dada en Galilea.
Cuando incursionamos debajo de la superficie del texto bíblico descubrimos matices gramaticales que trazan con claridad el perfil de la comisión. A primera vista la comisión es un cuarteto de mandamientos: ir, hacer, bautizar, enseñar. Sólo uno, no obstante, es la trompeta de mando. Por cierto, no es “ir”, sino más bien: “hacer discípulos”. Los tres restantes: “ir”, “bautizar” y “enseñar ” son acompañamiento, participios (adjetivos verbales) que matizan la totalidad del imperativo.
El mandamiento no se puede cumplir sin “ir”. Los traductores tanto de la Reina Valera como la Nueva Versión internacional acertaron al traducirlo con fuerza imperativa pues tal como dicta el experto en griego Wallace, cuando un participio precede a un imperativo que acompaña adopta el tono imperativo del mandamiento. Por ende “ir” es parte del mandamiento.
No se puede cumplir sin “ir” pero tampoco se cumple con “ir”. Sigue a la respuesta de fe al evangelio el ritual del bautismo visible con su contraparte invisible – pero real- de la unión espiritual no solo a Jesús, sino la divinidad completa. La gran comisión alberga en forma condensada la más ortodoxa de las confesiones acerca del trino Dios: un Dios en tres personas. Se bautiza “en el nombre”, no “en los nombres” como si se tratara de tres dioses, sino “en el nombre” singular, subrayando un estricto monoteísmo. Pero he aquí el misterio, un nombre singular que abarca la pluralidad de tres personas: “del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. No es un nombre que alterna tres títulos a manera de apodos “Padre, Hijo o Espíritu Santo” -como mero cambio de disfraz adecuado al momento: modalidades del mismo Dios. Los artículos son definidos y describen personas definidas. Cada nombre está a asimismo separado por una conjunción (kai) para remarcar la individualidad de cada persona. Tampoco son tres dioses pues recordemos, es solo un nombre. Un Dios en tres personas, distintas, inseparables e inconfundibles. El bautismo, por una parte es una ceremonia de identificación por parte del pecador creyente, y un obra de fusión espiritual – la divinidad completa hace morada en el corazón del creyente. Simboliza un acontecimiento de inconcebible condescendencia y de inefable gloria.
Nos aproximamos ahora al hoyanco de la gran comisión: la gran omisión. El telón no baja después de cumplir con la predicación del evangelio y el bautismo, continúa con una tarea titánica: enseñar a cada discípulo a “…que guarden todas las cosas que os he mandado…”. No es un programa corto, es un programa largo, larguísimo. “Guardar” no es recordar. Es obedecer. La respuesta que Jesús le dio al joven rico (en el mismo evangelio de Mateo): “Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”. No dejó al joven rico con dudas. Entendió que guardar es sinónimo de obediencia, de corazón. Erróneamente lo suponía su logro.
La gran comisión es grande pues es central y también inmensa ¡Una inmensa comisión! No es un corto sino un largometraje. Incluye tanto el aspecto misional de ganar almas y plantar iglesias como el aspecto pastoral de enseñar a practicar toda enseñanza del Señor. Y normalmente, todo, ¡incluye todo! Las coordenadas de la obediencia comandada abarcan más que las letras rojas de las palabras de Jesús, comprenden todo lo dicho explícita e implícitamente por él. Suponen las enseñanzas tanto del Antiguo Testamento -el sermón del monte es una exposición de la verdadera espiritualidad antiguo testamentaria que había sido distorsionada por el externalismo farisaico- como del Nuevo testamento. El currículo completo que Cristo impartió tanto por predicación personal como por inspiración indirecta. Según Pedro, fue el Espíritu de Cristo el que movió las plumas de los profetas de antaño y asimismo fue el Cristo ascendido quien movía las plumas de los Apóstoles.
El Apóstol Pablo practicaba la comisión completa de proclamar y discipular. Su ministerio se movía entre estos dos aspectos de la comisión. El eco del primer aspecto se escucha en Romanos al describir el proposito de su apostolado “…para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre” (Rom 1.5). El segundo en su solemne despedida a los ancianos de la iglesia de Éfeso: “Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios.”
Entendida así, esta comisión descalifica al pastor estrella. Aquel de apariciones especiales solo los domingos; cuya cercanía a las ovejas llega hasta donde termina el podio; cuya temática incluye solo las porciones placenteras de la Biblia. Requiere una predicación que no deje nueva ninguna página de las Escrituras. Convoca a un pastoreo que no se conforma con embotar la mente, sino que busca plasmar la doctrina a la vida de cada oveja. Pues aunque el mundo se rehúsa creer, pero sabe reconocer una predicación respaldada por la práctica. Sigmund Freud -quien no era creyente- decía: No cree aquel que no vive de acuerdo a su creencia. Y ese es precisamente el cometido: laborar para que cada creyente viva la fe de la Biblia genuinamente para que así el mundo crea la fe de la iglesia genuina. Esta es la comisión completa que sacude el mundo y hace temblar a las puertas del Hades.
Mientras siga existiendo la gran omisión las misiones producirán iglesias que son guarderías de niños espirituales con una membrecía como aquellos árboles bonsai que solo crecen una pulgada cada diez años. La gran comisión es misión, pero aún más pastoreo. ¿Eres pastor? ¿Aguardas el momento cuando tu iglesia tenga el presupuesto para poder enviar el primer misionero? Recuerda, Jesús ya te ha comisionado para discipular a tus ovejas a observar todas las cosas que él ha enseñado. Y cuando el presupuesto de, podrás enviar a un misionero a reproducir en Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra lo que has modelado en la Jerusalén a la que Dios te ha llamado.
Ante tal comisión. Cabe suspirar: “quién es suficiente para estas cosas”. La respuesta es sencilla: ningún hombre en su propia suficiencia. La gran comisión incluye un prefacio que muchas veces leemos demasiado rápido: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id,…” Aún el más olímpico de los esfuerzos humanos es inútil pues la batalla no es una de logística, o aun estrategia, es una batalla espiritual. El mundo entero está bajo el maligno y solo cuando el Espíritu de Cristo sale con nuestros ejércitos misioneros y pastorales tendremos victoria y cumpliremos con la hazaña.