Aunque la ideología marxista está de capa caída desde hace varias décadas, no hay duda de que jugó un papel protagónico en el pensamiento del siglo XX y en muchos de los cambios que se suscitaron en esa centuria tan convulsa. De hecho, alguien me pidió recientemente que escribiera sobre el tema por la nefasta influencia del marxismo en algunos países de América Latina.
Carlos Marx nació en Trier, Alemania, en 1818, en el seno de una familia judía acomodada. Cuando era apenas un niño su familia tuvo que moverse a una ciudad de mayoría luterana, lo que movió a su padre a “convertirse” al luteranismo por razones económicas; esto alentaría su desilusión en cuanto al papel de la religión en el hombre.
A la edad de 23 años obtuvo su doctorado en filosofía. Para ese tiempo había leído profusamente tanto a Hegel (1770-1831) como a Feuerbach (1804-1872), de quienes recibió una fuerte influencia, sin dejar de criticar tanto al uno como al otro.
La contribución de Hegel al pensamiento de Marx fue la dialéctica, el proceso que pretende explicar la dinámica a través de la cual se va desarrollando la historia. Este proceso comienza con un punto de partida plausible, la tesis, que implica a su vez una noción contradictoria, la antítesis, lo que produce un impasse que sólo puede ser resuelto haciendo una síntesis entre los elementos de verdad contenidos en ambos polos contradictorios. Pero esa síntesis se convierte a su vez en una nueva tesis que genera una nueva antítesis y que demanda una nueva síntesis. Y así la historia va evolucionando hacia planos cada vez más elevados a través de un proceso racional que explica todos los cambios en la historia humana.
Marx estaba de acuerdo con Hegel en que el movimiento de la historia es dialéctico en su naturaleza, pero busca ve la economía como la fuerza que mueve ese proceso. Si preguntáramos a Carlos Marx cuál es la clave para interpretar la historia humana, la dinámica que pone la historia en movimiento y de la cual surgen las creencias y valores humanos, su respuesta sería: La lucha de clases cimentada en el sistema económico prevaleciente.
“La historia de todas las sociedades hasta nuestros días – dice la primera línea del Manifiesto Comunista – es la historia de la lucha de clases.” Partiendo de esta presuposición Marx explica que los sistemas económicos han pasado por diversas etapas, desde la etapa comunitaria en su período inicial, pasando luego por el esclavismo y el feudalismo, hasta llegar a la moderna sociedad capitalista, donde tienden a definirse aún más los dos campos enemigos en la contienda: la burguesía (los dueños) y el proletariado (los trabajadores). Esta división de clases se hace más evidente en el capitalismo debido a que la brecha entre la riqueza de la burguesía y la pobreza del proletariado es, en este sistema económico, más profunda y creciente.
Ahora bien, para Marx la riqueza es más que riqueza: es poder. Ese poder no sólo permite a los ricos poner las reglas de juego que operan en la sociedad y que garantizan la preservación y aumento de sus riquezas, sino también moldear las ideas predominantes de la época.
Es en ese contexto que Marx asevera que la religión es el opio de los pueblos, una especie de narcótico usado por la clase dominante para mantener a raya al proletariado. Por otra parte, el capitalismo deshumaniza al hombre al convertir al trabajador en mercancía, “como cualquier otro artículo de comercio” (Manifiesto Comunista).
¿Cuál es la solución? Un cambio profundo en el sistema económico donde todos trabajen para el bien de la comunidad, eliminando la propiedad privada. Ya que ningún individuo genera riquezas independientemente, sino que el capital se genera por un número de personas trabajando colectivamente en un sistema económico específico, la sociedad debe ser reestructurada de manera que todos se beneficien del capital así generado.
Esa es la meta que el comunismo pretende alcanzar. No se trata simplemente de una nueva forma de hacer negocio, sino de una nueva forma de pensar que parte de una premisa equivocada al reducir la problemática humana a fuerzas económicas y materiales.
Aunque es importante señalar que, a pesar del profundo antagonismo que existe entre el cristianismo y el marxismo, los cristianos no podemos menos que simpatizar con algunas de las ideas de Marx; como cuando dice que el trabajo debe ser humanizado o cuando denuncia el potencial que tiene el capitalismo de promover la explotación del hombre por el hombre. Al igual que los marxistas los cristianos debemos preocuparnos por las implicaciones sociales del sistema económico imperante y entender que no podemos contemplar toda la problemática humana desde una perspectiva meramente espiritual.
El problema es que Marx presenta una parte de la realidad como si fuera toda la realidad al presuponer que las ideas y anhelos humanos pueden ser explicados absolutamente en función de la lucha de clases y las estructuras socioeconómicas implantadas por la burguesía para oprimir al proletariado. Alguien dijo con mucha razón que cuando se dice parte de la verdad como si fuera toda la verdad es una mentira. Y Marx pierde de vista una gran parte de la realidad al contemplar los anhelos espirituales del hombre como una mera consecuencia de sus condiciones de vida materiales y sociales.
Aunque los marxistas claman que su cosmovisión posee unas credenciales científicas que las otras cosmovisiones no poseen, lo cierto es que ellos parten de presuposiciones filosóficas y religiosas que deben ser aceptadas a priori, por fe.
Por ejemplo, según Marx, la clase dominante siempre ha reclamado validez eterna para sus ideas, pero éstas reflejan más bien las estructuras económicas de una época particular. En otras palabras, todas las teorías sociales, políticas, morales o legales presentadas como verdad objetiva están equivocadas, excepto el comunismo. Pero ¿cómo puede él estar tan seguro de eso? Como bien ha dicho alguien, en realidad Marx “nunca explica cómo sólo él fue capaz de escapar de las estructuras de poder prevalecientes para ver las cosas ‘como éstas son realmente’.”
Por otro lado, al presuponer que la dignidad humana puede ser restaurada a través de una nueva estructura económica, el marxismo se hace culpable de lo mismo que critica del capitalismo: contemplar la dignidad humana en términos monetarios. La dignidad del hombre no depende de la distribución de las riquezas, sino del hecho de haber sido creado a la imagen de Dios. Al echar a un lado al Creador el marxismo ha perdido la clave para interpretar la realidad creada como esta es realmente.
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