Si nos topamos con un letrero que dice: “¡Cuidado, hay perro!”, inmediatamente nos ponemos en guardia. Pero ¿cómo reaccionarías si al llegar a cierto lugar alguien te advierte: “Ten cuidado, que un pit bull anda suelto”? Supongamos por un momento que tú no tienes ni idea de cómo lucen estos animales, ¿cómo podrías cuidarte debidamente? Para poder seguir esta advertencia necesitarías una descripción detallada del perro en cuestión, porque de lo contrario es probable que termines sintiendo temor de todos los perros que veas por la calle.
Pues lo mismo ocurre con la advertencia del Señor en Mt. 7:15: “Guardaos de los falsos profetas”. Para poder tomarla en serio necesitamos saber distinguir a los maestros verdaderos de los falsos, no sea que terminemos rechazándolos a todos sin distinción o prestando oídos a quienes no deberíamos escuchar.
El Señor no dice aquí: “Cuídense de todos los predicadores y de todos los pastores”, sino más bien: “Guardaos de los falsos profetas”. Lo primero que debemos hacer, entonces, es definir lo que este término señala. Y para esto debemos comenzar definiendo lo que es un profeta: “Es un vehículo o instrumento de comunicación de Dios al hombre”. El profeta es un mensajero autoritativo de Dios (He. 1:1).
En Gn. 1 y 2 vemos que Dios se comunicaba verbalmente con el hombre. Aun antes de la caída el hombre necesitaba que Dios le revelara Su mente, Su voluntad; el hombre necesitaba escuchar la voz de Dios. Adán no debía guiarse por los impulsos de su corazón, aun estando en ese estado de impecabilidad. ¡Cuánto más lo necesitaremos ahora que somos pecadores! El pecado no sólo nos indispuso contra Dios, sino que también oscureció nuestro entendimiento. Pablo nos dice en Ef. 4:18 que el hombre en su estado natural tiene el entendimiento entenebrecido. Su mente está llena de tinieblas (comp. 1Cor. 2:1). ¿Cómo puede el hombre conocer la voluntad de Dios, la mente de Dios? Hay una sola forma: Dios tiene que revelárselo. Y eso es precisamente lo que Dios hizo con Su pueblo en el pasado.
En el AT Dios habló a los padres por medio de los profetas. Luego vino el Señor Jesucristo, la revelación final de Dios, Quien no sólo encierra en Su Persona el oficio profético en su más alto grado, sino que también prometió investir a los apóstoles de ese don para que ellos trajeran a la Iglesia la doctrina sobre la cual la Iglesia debía ser edificada (He. 1:1-2). Un profeta, entonces, es aquel que habla en lugar de Dios; el instrumento a través del cual Dios habla.
¿Hay profetas hoy? Depende del contexto en que esa palabra es usada. Si por profeta entendemos uno que trae nuevas revelaciones de parte de Dios, la respuesta es que no. Todo lo que Dios quería revelar a Su pueblo lo reveló primero a través del AT, y luego a través de Su Hijo. La necesidad de una nueva revelación implicaría imperfección en el ministerio profético de Cristo. Pero si entendemos por profeta aquel que presenta delante del pueblo la voluntad de Dios revelada en Su Palabra, aquel que a través de un estudio cuidadoso y concienzudo de las Escrituras nos muestra cuál es la mente de Dios, entonces no tendríamos ningún problema en afirmar que el ministerio profético continúa vigente, siempre y cuando nos guardemos de pensar que tal ministerio es infalible.
¿Qué es un falso profeta, entonces? Alguien que pretende hablar en nombre de Dios, pero que en realidad está hablando por su propia cuenta, o bajo la influencia directa del maligno. Es uno que habla falsedades en el nombre de Dios (comp. Jer. 14:14). El problema es que si posee una personalidad atractiva, lleva consigo una Biblia, tiene una oratoria persuasiva, habla en nombre de Dios y menciona continuamente al Señor Jesucristo, entonces es mucho más difícil discernir que se trata de un falso profeta. El no viene hablando en su propio nombre, sino en el nombre de Dios.
Si los profetas del AT hubiesen hablado en nombre de Baal, ningún judío piadoso lo hubiese escuchado. Pero estos hombres no lo hacían así; ellos venían ante el pueblo diciendo: “He aquí las palabras del Dios de Israel”, y muchos incautos les prestaban atención. Y ¿qué dice Dios acerca de ellos? “Falsamente profetizan en mi nombre; no los envié ni los mandé”. Aparentemente el problema de los falsos profetas durante el período antiguo testamentario alcanzó proporciones considerables. El Señor dice en Lc. 6:26: “¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas”. Y el NT nos enseña explícitamente que la Iglesia tendría que enfrentar ese mismo problema a lo largo de toda su historia. En Mt. 24:4-5 dice el Señor: “Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán”. Y más adelante en el vers. 11: “Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos”.
En 2P. 2:1 dice el apóstol Pedro: “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras”. Juan nos dice en 1Jn. 4:1 que “muchos falsos profetas han salido por el mundo”.
Pablo dice a los ancianos de la Iglesia en Éfeso, en Hch. 20:29-30: “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos”.
Y en 2Cor. 11:13-15 nos advierte que el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz, y sus ministros como ministros de justicia. Por eso Jesús nos advierte que debemos mirar con atención y vigilar, porque estos hombres no vienen a nosotros con una tarjeta de presentación que dice: “Fulano de tal – falso profeta”. Estos hombres vienen disfrazados, y vienen a hacer daño.
Muchos creyentes piensan que tienen ubicado ya a los falsos profetas: José Smith y sus mormones; Russel y sus testigos de Jehová; Mary Baker Eddy, Elena G. De White, etc. Sí, sabemos que esos son falsos profetas, pero esos no son los únicos falsos profetas que han salido por el mundo. Y si no tomamos en serio las advertencias del NT podemos ser devorados por uno de estos lobos rapaces.
En nuestro próximo artículo, si el Señor lo permite, veremos cómo operan los falsos profetas para engañar a sus seguidores.