«En la iglesia de Antioquía eran profetas y maestros Bernabé; Simeón, apodado el Negro; Lucio de Cirene; Manaén, que se había criado con Herodes el tetrarca; y Saulo. Mientras ayunaban y participaban en el culto al Señor, el Espíritu Santo dijo: «Apártenme a Bernabé y a Saulo para el trabajo al que los he llamado». Así que después de ayunar, orar e imponerles las manos, los despidieron». Hechos 13.1-3.
Le debemos atribuir al Espíritu Santo como el continuador de la obra de Cristo en la cual la iglesia nace, se desarrolla, tiene vigor y un testimonio eficaz. El gran héroe de la misión es Dios mismo.
Nos preguntamos como iglesia: ¿Cuál será el trabajo para el cual nos llama el Señor en los próximos años, y qué nuevos desafíos pone en nuestras manos? ¿Cómo entender que somos una iglesia en misión?
«La iglesia en misión es, primeramente, la iglesia local… La Iglesia universal halla su verdadera existencia en las iglesias locales… La Iglesia es en realidad una familia de iglesias locales en la cual cada una debe estar abierta a responder a las necesidades de las otras y a compartir sus bienes materiales y espirituales con ellas. Por medio del mutuo ministerio de la misión la Iglesia se realiza, en comunión con la Iglesia Universal y como concretización local de la misma» .
Las iglesias se encuentran en estado de misión. El campo de misión es el mundo entero. Cada iglesia está en una situación de misión y las iglesias en todas partes se necesitan las unas a las otras. La iglesia local debe ser considerada como el agente de la misión ya sea en su propio campo como en otras latitudes.
La Iglesia es la que comparte el mensaje de salvación y es comunidad del Reino que representa el compromiso de Dios con el mundo. Este compromiso se manifiesta por medio del sacerdocio universal de todos los creyentes (1 P 2:9) y por el envío de misioneros. La tarea pertenece a la Iglesia toda. La misión de Dios invita a participar a la Iglesia de todos los pueblos a todas partes.
La iglesia de Antioquía jugó un papel importantísimo en la vida de la iglesia universal. Fue una iglesia que traspasó barreras sociales (Hechos 11:19-20), reconstruía vidas rotas (Hechos 11:21-24), busco la participación de otros (Hechos 11:25-26), cubría necesidades físicas y espirituales (Hechos 11:27-30), tenía un liderazgo compartido formando un equipo pastoral (Hechos 13:1), estuvieron dispuestos a extender los límites del reino de Dios hasta lo último de la tierra (Hechos 13:2-3) y resolvía conflictos doctrinales (Hechos 15). Antioquía tenía que ver con ser una puerta abierta para la evangelización del mundo. Nosotros somos desafiados a seguir este modelo.
La iglesia que vive en misión es una iglesia que se reconoce como enviada al mundo. Es una iglesia que busca el propósito de Dios, participando activamente en el culto al Señor, llamados a vivir una fe trinitaria, una fe relacional; una vida de relación con Dios y con nuestro prójimo; una relación de comunión unos con otros donde se da prioridad al ser antes que al hacer.
Como siervos, entendemos que cuando nos involucramos en la misión, estamos compartiendo la misión del Dios misionero y no estamos trabajando en ningún proyecto personal. Estamos al servicio de la Missio Dei (Misión de Dios). Y nuestra misión es compartir la suya. Escuchamos, descubrimos y obedecemos la voz del Señor enviando a sus siervos al trabajo al que los ha llamado. Es el modelo a seguir (Hechos 13.1-3).
Es interesante observar cuando estudiamos el libro de los Hechos cómo la iglesia va cubriendo las etapas; a la iglesia de Jerusalén se le vio como una iglesia atractiva; pero luego de la persecución se hace patente la universalidad del Evangelio y el centro de la acción se traslada a Antioquía de Siria.
Jerusalén tuvo su momento y su apostolado, y ahora se acerca una nueva era en la cual es necesario responder a los no alcanzados. Lo significativo sobre los hechos del Espíritu Santo es que va desafiando a la Iglesia a reformarse para ser fiel a su misión porque lo importante no son nuestras estructuras sino su Misión. La iglesia de Antioquía es la que asume este compromiso. Es la iglesia situada en la periferia. Lucas se ocupa de esta congregación no por ser la más rica o la más poderosa, sino porque supo enfrentarse a los retos del momento.
La relación entre las iglesias mismas y los misioneros debe ser de Koinonia. La pasión por el evangelio nos debe llevar a participar, cooperar, compartir (Filipenses 1:5) y no a competir. Se puede hablar de «comunión». Koinonia es la palabra neotestamentaria traducida como comunión, solidaridad, compartir, contribución. Lo que queda muy claro es la idea de compartir algo, una empresa, un propósito, una experiencia, el dinero, lo que sea, debe ser compartido. La fe común debe tener una salida a la participación práctica y esta participación en la práctica tiene consecuencias concretas.
Luego cuando leemos en Hechos 15 encontramos la dificultad que algunos cristianos provenientes de Judea, y que visitaban Antioquía, pretendían que los no judíos se circuncidaran para que pudieran ser salvos. Pablo, Bernabé y algunos otros creyentes enviados por la iglesia deciden resolver este conflicto de valores en el Concilio de Jerusalén.
¿Cuál es la causa por medio de la cual Pablo, Bernabé y quienes les acompañaban podían ver lo que Dios estaba haciendo entre los no alcanzados y, en cambio, otros creyentes de la secta de los fariseos, no? Ellos habían aceptado a Jesús como el Mesías y participaban de la vida de la iglesia. ¿Dónde está la diferencia? La diferencia radica en que, si bien los fariseos habían recibido el evangelio, la iglesia de Antioquía, además de recibirlo, se había unido a la misión de Dios en el mundo. Y se lanzaron a la obra misionera. El espíritu estaba activo en Jerusalén, sí; pero era en Antioquía donde el Espíritu estaba haciendo cosas nuevas, abriendo brechas y ampliando horizontes. Allí, la iglesia se sujetó al impulso del Espíritu.
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